22 de abril de 2014

Arena (fragmento del Libro del fantasma A. Dolina)


Arena

 


Los paganos admitían la existencia de divinidades toscas, im-
perfectas, chapuceras.

Los dioses no sólo estaban sujetos a toda clase de vaivenes éti-
cos sino que también cometían numerosos errores en el ejercicio
de su profesión: creaban universos endebles, se dejaban engañar
por los humanos, desconocían el futuro, fallaban en sus cálculos.

Las grandes religiones monoteístas acuñaron la idea de la infa-
libilidad divina, de un poder sin grietas.

No es nuestro propósito ejercitarnos ociosamente en la lógica
para entretenernos con esas paradojas que tanto divierten a los
gandules agnósticos. Ahorraremos al lector la modesta perpleji-
dad de pensar si Dios es capaz de crear un objeto tan pesado que
Él mismo no pueda levantar.

Sin embargo, la historia de la arena comienza con una distrac-
ción de un Dios omnipotente.

Las tradiciones islámicas dicen que, habiendo finalizado la
creación, el Señor advirtió que faltaba la arena. Grave defecto, si
bien se mira. Los hombres estarían privados de la deliciosa volup-
tuosidad que sienten al caminar junto a los mares. El fondo de los
ríos sería siempre rispido, los arquitectos carecerían de un mate-
rial indispensable, los caminos no podrían suavizarse, las huellas
de los enamorados serían invisibles.

Dispuesto a remediar su olvido, Dios envió al arcángel Gabriel
con una enorme bolsa de arena a que la desparramara allí donde
fuera necesario.

Pero el Enemigo trabaja siempre para estropear la obra divina.

Mientras Gabriel volaba con su carga inconcebible, el diablo le
agujereó la bolsa. Esto sucedió exactamente sobre la región que
hoy es Arabia. Casi toda la arena se volcó en ese lugar, de modo
tal que las nueve décimas partes del país quedaron convertidas pa-
ra siempre en un desierto.

Advertido de esta catástrofe, Dios resolvió ofrecer a los árabes
algunos dones compensatorios.

Les dio un cielo lleno de estrellas como no hay otro, para que
miraran siempre hacia lo alto.

Les dio el turbante, que bajo el sol del desierto es mucho más
valioso que una corona.

Les dio la tienda, que es mejor que un palacio.

Les dio la espada. Les dio el camello. Les dio el caballo.

Y les dio algo más precioso que todas las otras cosas juntas: la
palabra, el oro de los árabes.

Otros pueblos modelan en la piedra o los metales. Los árabes
modelan en el verbo.

El poeta (el chair) es sacerdote, juez, médico, jefe. El poeta es
poderoso: puede traer alegría, tristeza, encono. Puede desencade-
nar la venganza y la guerra. Puede matar con la palabra.

Los errores de Dios, como los de los grandes artistas, como los
de los verdaderos enamorados, desencadenan tantas reparaciones
felices que cabe desearlos.

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